23 julio 2006

Retales III

La verdadera unidad de los matrimonios y aún de las parejas la traen las palabras, más que las palabras dichas -dichas voluntariamente-, las palabras que no se callan -que no se callan sin que nuestra voluntad intervenga-.
No es tanto que entre dos personas que comparten la almohada no haya secretos porque así lo deciden -qué es lo bastante grave para contituir un secreto y qué no, si se lo silencia- cuanto que no es posible dejar de contar, y de relatar, y de comentar y enuncar, como si esa fuera la actividad primordial de los emparejados, al menos de los que son recientes y aún no sienten la pereza del habla.
Corazón tan blanco

No es sólo que con la cabeza sobre una alnohada se recuerde el pasado e incluso la infancia y vengan a la memoria y tb a la lengua las cosas remotas y las más insignificantes y todas cobren valor y parezcan dignas de rememorarse en voz alta, ni que estemos dispuestos a contar nuestra vida entera a quien también apoya su cabeza sobre nuestra almohada.
Como si necesitáramos que esa persona pudiera vernos desde el principio y pudiera asistir a través de la narración a todos los años en que no nos conocíamos y en que creemos ahora que nos esperábamos.

Corazón tan blanco
Es más bién que estar junto a alguien no consiste en buena medida en pensar en voz alta, esto es, en pensarlo todo dos veces en lugar de una, una con el pensamiento y otra con el relato, el matrimonio es una institución narrativa.
Corazón tan blanco

En la cama se cuenta todo, no hay secretos entre quienes la comparten, la cama es un confesionario. Por amor a por lo que es su esencia -contar, informar, anunciar, comentar, opinar, distraer, escuchar y reir, y proyectar en vano- se traiciona a los demás, a los amigos, a los padres, a los hermanos, a los antiguos amores ya a las convicciones, a los antiguos amantes, al propio pasado, a la propia lengua, a la propia patria. Para halagar a quien se ama se denigra el resto de lo existente, se niega y execra todo.
Corazón tan blanco